En Romanos 2:21-24, Pablo dice lo siguiente a los hermanos cristianos en Roma:
Ahora bien, si tú enseñas a otros, ¿por qué no te enseñas a ti mismo? Predicas a otros que no se debe robar, ¿pero tú robas? Dices que está mal cometer adulterio, ¿pero tú cometes adulterio? Condenas la idolatría, ¿pero tú usas objetos robados de los templos paganos? Te sientes muy orgulloso de conocer la ley pero deshonras a Dios al quebrantarla. No es extraño que las Escrituras digan: «Los gentiles blasfeman el nombre de Dios por causa de ustedes».
Los hermanos en
Roma eran buenos para mostrarse santos y super judíos cristianos, pero eran
como el padre Gatica (predica, pero no practica).
Y ¿Sabes?, esto
no se trata solo de los que predican arriba de un púlpito. Pablo habla a toda
la iglesia y también nos llama la atención a todos nosotros hoy.
Por ejemplo: Veo personas que sirven en la música, que dicen y demuestran ser humildes al adorar a Dios, sin engrandecer su
ego. Pero son los primeros en criticar a otros que, según su parecer,
lo hacen para lucirse. Pero ellos, ni nadie en realidad, saben las verdaderas intenciones
del corazón. Solo Dios. Lo demás cae en lo que se llama: "Prejuicios personales".
Por lo mismo, cuando
alguien me comenta que otros actúan con intenciones de lucirse, le
pregunto: "¿Cómo te das cuenta de eso?". Me responden: "Es que se nota". En definitiva nada claro, solo una apreciación personal. Y la mayoría de las veces son prejuicios
super personales que esa persona tenía con el otro.
Otro ejemplo: Hay
cristianos que son muy buenos para ofrecerse para trabajar en la iglesia o en las actividades que se van a realizar. Pero al
momento de ser requeridos, los más dignos dan (o inventan) excusas, y los demás, realizan un
fantástico truco de ilusionismo, desaparecen, no dejan rastro alguno.
Pablo nos llama
a ser coherentes con lo que creemos y con lo que declaramos, tanto a las
personas como a Dios, cuando oramos y cantamos.
Seamos jóvenes consecuentes con lo que creemos, con lo que pensamos de otros, en lo que hacemos y declaramos. De lo contrario seremos como los fariseos, que hacían alarde de sus buenas obras y rituales, pero sus corazones eran tumbas que hedían.
No seamos de los que provoquen daño al Reino de Dios con nuestra hipocresía, ni que el santo nombre de Dios sea insultado.
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