martes, 25 de abril de 2017

Dejando de mirar lo de afuera

Una vez, un cierto día, mes, año y bajo ciertas circunstancias fui invitado a una cierta iglesia de un cierto pastor, en el cual unos ciertos hermanos de tal iglesia me debían el vuelto de un pago y me dijeron que al ir a la iglesia me lo darían 😋

Antes de pedirles el vuelto pensaba en cuánto dar para la ofrenda del servicio que se iba a realizar en pocos minutos... al final decidí dar la cantidad exacta equivalente al vuelto; Había planeado dar el vuelto que iba recibir para la ofrenda. "Los mismos billetes que me den se los voy dar a la iglesia como ofrenda" pensaba yo.

Pero hay un problema, cuando doy ofrendas siempre busco dar los mejores billetes que tenga, y hay una posibilidad de que tales hermanos me den billetes ... que dejen mucho que desear bajo el "estándar de calidad" que tengo, pero de todas maneras había pensado en darle tales billetes; "culpa de ellos no más" pensaba yo.

Finalmente me dieron los billetones ... y efectivamente dejaban que desear. De todas maneras igual estaba empecinado a darles tales billetes. 😶
"Simplemente les estoy devolviendo la plata" pensaba yo.

El servicio/culto comenzó y llegó la hora de la ofrenda, me había guardado los billetes en el bolsillo, los saqué, los miré y ... 

"Eso no es para ellos, es para mí"

La voz del Señor, clara y concisa resonó en mí.

"Señor, si es para ti entonces daré lo mejor que tengo"; saqué de mi billetera la misma cantidad de los mejores billetes que tenía y los di de ofrenda. Se me había olvidado que no importando en qué iglesia esté, ahí estará el Señor para recibir todo lo que le demos.

Porque no importa en qué iglesia esté y no importa quién al final recibirá la ofrenda, lo único que nos debe importar es el hecho de que en cualquier iglesia el primero en recibir tu ofrenda será el Señor.

Mucha gente se preocupa de cuánto gana el pastor para ver si debería dar diezmo o no, cuando en realidad el primero en recibir el diezmo es nuestro Señor; no deberíamos hacerlo por el pastor o por cuánto gana (por lo visible), sino por Él (lo invisible). No deberíamos hacerlo por quién lo recibe al final, sino por quién lo recibe primero.



martes, 11 de abril de 2017

¿Para qué sentimos dolor?

¿Por qué Dios permite que suframos? (Hablando claramente del lado emocional)

Es una de las tantas preguntas que hacen desde los incrédulos (obviamente como excusa para no creer en Dios) hasta los crédulos.

La respuesta es bastante sencilla.
¿Te imaginas si no pudieras sentir dolor?


Fuente: www.definicionabc.com

La verdad es que existe una enfermedad llamada "Insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis" (gracias wikipedia); esta enfermedad hace a la persona incapaz de sentir dolor (entre otros síntomas).
Cuando un niño posee esta enfermedad los padres deben estar 10000% atentos a él porque puede ocurrirle algo malo sin darse cuenta (por ser incapaz de sentir dolor).

Si yo tuviera tal enfermedad y pisara un clavo oxidado en la base del pie, no me daría cuenta porque no puedo sentir dolor; el problema radica en que si no me trato la herida rápidamente ésta se va a infectar dando incluso la posibilidad de amputarme el pie (¿y yo? sin darme cuenta).

Ese es el problema si no podemos sentir dolor, ¡porque esa es su función! decirnos cuándo algo está mal en nuestro cuerpo. Y lo mismo ocurre cuando sufrimos, es nuestra alma dándonos a entender que algo anda mal; por causa de eso necesitamos la posibilidad de sentir dolor.

Hay Salmos donde el salmista habla con su alma para calmarlo:

¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarlo: ¡Salvación mía y Dios mío!
Salmos 42:5

Sólo en Dios aquiétate alma mía, Porque de Él procede mi esperanza.
Salmos 62:5

Es cosa de buscar "alma mía" en tu biblia electrónica para que aparezcan las citas.

Si estamos sufriendo podemos acudir a este recurso, dándole razones a nuestra alma para no estar más tristes (como lo hacen los salmistas en la Biblia); yo lo he hecho y he podido notar la diferencia.

¡Dios te bendiga! 

martes, 4 de abril de 2017

El daño que provoca la hipocresía


En Romanos 2:21-24, Pablo dice lo siguiente a los hermanos cristianos en Roma:

Ahora bien, si tú enseñas a otros, ¿por qué no te enseñas a ti mismo? Predicas a otros que no se debe robar, ¿pero tú robas? Dices que está mal cometer adulterio, ¿pero tú cometes adulterio? Condenas la idolatría, ¿pero tú usas objetos robados de los templos paganos? Te sientes muy orgulloso de conocer la ley pero deshonras a Dios al quebrantarla. No es extraño que las Escrituras digan: «Los gentiles blasfeman el nombre de Dios por causa de ustedes».
Los hermanos en Roma eran buenos para mostrarse santos y super judíos cristianos, pero eran como el padre Gatica (predica, pero no practica).
Y ¿Sabes?, esto no se trata solo de los que predican arriba de un púlpito. Pablo habla a toda la iglesia y también nos llama la atención a todos nosotros hoy.
Por ejemplo: Veo personas que sirven en la música, que dicen y demuestran ser humildes al adorar a Dios, sin engrandecer su ego. Pero son los primeros en criticar a otros que, según su parecer, lo hacen para lucirse. Pero ellos, ni nadie en realidad, saben las verdaderas intenciones del corazón. Solo Dios. Lo demás cae en lo que se llama: "Prejuicios personales".

Por lo mismo, cuando alguien me comenta que otros actúan con intenciones de lucirse, le pregunto: "¿Cómo te das cuenta de eso?". Me responden: "Es que se nota". En definitiva nada claro, solo una apreciación personal. Y la mayoría de las veces son prejuicios super personales que esa persona tenía con el otro.
Otro ejemplo: Hay cristianos que son muy buenos para ofrecerse para trabajar en la iglesia o en las actividades que se van a realizar. Pero al momento de ser requeridos, los más dignos dan (o inventan) excusas, y los demás, realizan un fantástico truco de ilusionismo, desaparecen, no dejan rastro alguno.

Pablo nos llama a ser coherentes con lo que creemos y con lo que declaramos, tanto a las personas como a Dios, cuando oramos y cantamos.
Seamos jóvenes consecuentes con lo que creemos, con lo que pensamos de otros, en lo que hacemos y declaramos. De lo contrario seremos como los fariseos, que hacían alarde de sus buenas obras y rituales, pero sus corazones eran tumbas que hedían.
No seamos de los que provoquen daño al Reino de Dios con nuestra hipocresía, ni que el santo nombre de Dios sea insultado.