Una palabra es suficiente para saber cómo estamos ante Dios.
Mientras Jesús celebraba la Pascua con sus discípulos, él declaró que uno de ellos lo traicionaría.
Así, uno por uno, cada discípulo le preguntaba "¿Acaso seré yo, Señor?"
A diferencia de uno en particular: Judas Iscariote le preguntó "¿Acaso seré yo, Rabí?"
"Tú lo has dicho" - le contestó Jesús. (Mateo 26:17-25)
No es lo mismo llamar a Jesús Señor y Rabí. Todos los discípulos a excepción de uno lo veían como Señor. Ahí es cuando nos damos cuenta de que Judas Iscariote veía a Jesús como a uno más de entre los maestros, y no como Señor, Hijo de Dios.
Eso es lo que un sutil cambio en una palabra puede hablarnos de esa persona.
El mismo ejemplo lo vemos en Saúl. En 1 Samuel 15:
Al rey Saúl, Dios le dio la orden de acabar con la ciudad de Amalec, destruir todo y no dejar nada, ni un animal y ni una persona con vida; pero Saúl dejó con vida los mejores animales y capturó con vida a su rey.
Cuando Samuel llega después de la batalla le preguntá a Saúl por qué no cumplió con todas las instrucciones. A lo que Saúl replicó:
"... Dejaron con vida a las mejores ovejas y vacas para ofrecerlas al Señor tu Dios, pero todo lo demás lo destruimos". (v.15)
"tu Dios". Aquí Saúl declara que el Señor NO ES su Dios porque de lo contrario hubiera dicho "nuestro Dios".
Después de esto Dios se arrepintió de haber hecho a Saúl rey y le dijo que le quitaría el reino por causa de su desobediencia.
Una sola palabra basta para saber lo que tenemos en el corazón. Esa palabra nos habla y nos da a entender nuestra condición.
Esto no lo digo para que andes atento a lo que dice tu hermano, sino más bien para ti mismo. Una de nuestras propias palabras basta para saber nuestra relación con Dios.
Por eso, observémonos a nosotros mismos, que observemos la manera en que elegimos nuestras palabras, y si encontramos algo raro, ponernos en oración y arrepentimiento para poder volver al camino de Dios.
Que Él sea NUESTRO Dios y NUESTRO Señor.
Dios te bendiga.